domingo, 18 de mayo de 2014

ELEGIR UN CAMINO

Asumir el riesgo puede liberar y abrir a nuevas posibilidades.
La duda puede ser como un farolillo que ilumina los pasadizos del alma: invita a detenerse y a preguntarse por aquel que mejor conduce hacia lo que se desea. Sin embargo, querer hallar certezas que ayuden a a avanzar en la dirección correcta puede hacer que las dudas, en lugar de iluminar, prendan tanto que cieguen e impidan ver el camino.
“Quien para ir a rezar duda entre dos mezquitas, terminará por quedarse sin rezar”, dice un proverbio turco. Elegir un camino implica abandonar otros posibles, acotar y apostar, Cuando uno decide porque en su interior sabe que ese es el camino, se siente fuerte y tranquilo para afrontar los primero pasos. A veces, ante una disyuntiva o situación difícil, basta con darse tiempo para averiguar lo que se siente y llegar a ese punto.
Ahora bien, cuando las dudas no se disipan es fácil convencerse de que se podría aplazar la decisión indefinidamente. Se le da vueltas a más y más datos o argumentos con la esperanza de lograr una seguridad acaso imposible de obtener. Mientra tanto, no elegir es también una elección, pero una elección inconsciente en la que el día a día parece estancarse. En ese caso tal vez quepa preguntarse qué riesgo se teme asumir o a qué preocupa renunciar. Ni se da la oportunidad a un cambio ni se disfruta del camino por el que se está transitando.
Decidir es comprometerse con uno mismo a dar un paso adelante, y salir del buche mental en que sume la duda cambiando el foco de atención. Es abrirse a nuevas posibilidades y permitirse actuar. Y, por qué no, equivocarse. A veces no se puede saber si una decisión es la acertada hasta que se toma y se explora el camino que se acaba de abrir.
Mayra Paterson