lunes, 2 de abril de 2012

MANEJAR LA CULPABILIDAD

La culpabilidad es una emoción con un fuerte componente social, pues permite que nos demos cuenta de cuándo hemos causado daño al prójimo. Un exceso de ella, sin embargo,es signo de una autestima débil. Hallar el equilibrio entre la utilidad y la perversión de este estado de ánimo requiere acogerlo, observarlo, valorar lo sucedido y ofrecer una reparación cuando sea oportuno.
El otro dia tuve una pesadilla: vivía en una ciudad en la que nadie sentia culpa.¡Era un infierno! En el metro, todos me empujaban o me pisaban sin excusarse, sin parecer siquiera turbados. Mis seres queridos me hacían críticas sin guardar las formas, y se sorprendían de que esto me apenara, Todos mentían, agredían, hacía trampas, robaban, sin sentirse mal. Nadie reflexionaba sobre el daño que causaba, nadie se sentía obligado a reparar sus errores o sus malas acciones...Al despertar, me sentí aliviado por haber vuelto a un mundo en que el sentimiento de culpabilidad existía...
Es raro desear que sufran los demás, pero es bastante frecuente que podamos hacerlo: la culpabilidad nos ayuda entonces a tomar conciencia de ello y ajustar progresivamente nuestro comportamiento a la sensibilidad de los demás. Podemos decir, así que la culpabilidad nos ayuda a mejorar como seres sociales. En efecto, a un nivel interpersonal, la culpabilidad nos induce a tener comportamientos de reparación: a excusarnos, pedir perdón, consolar... Por eso, sin culpabilidad, nuestro mundo sería insoportable: imaginemos una sociedad en la que nadie reflexionara sobre sus actos, ni quisiera mejorar, ni pidiera nunca perdón.
Así pues, las tres etapas para afontar la culpabilidad son: tomar conciencia de ella, aclararla y, finalmente, decidir qué hacer.La culpabilidad es, en el fondo, un excelente ejemplo de cómo los estados de ánimo dolorosos pueden iluminarnos: ya sea sobre nuestros comportamientos, ya sea sobre quines nos rodean o sobre las presiones que nos impone la sociedad. Continuemos, pues, culpabilizandonos. Pero siempre con lucidez.
Christophe André